Las primeras tienen
su cosa, es cierto. Otra vez
con el trago en la mano,
uno se siente a gusto de sentirse
tan mal, de tener ese cuerpo,
de ser al fin el blanco
de miradas y risas (comentarios
jocosos, vacilones), ya sabes,
de sufrir como un hombre.
Luego vienen las otras,
las de siempre, las clásicas,
sin el encanto de la novedad,
las que uno ya conoce en su justa
medida, aburridas y tercas,
pegajosas, las que apenas
sorprenden, las que una mañana
te avisan que ojo al parche,
pero tú ni te enteras.
Las últimas resacas,
las auténticas, las de verdad,
las que ni risas ni miradas
que valgan, las del vómito
encima, las del asco
y las lágrimas, las del miedo
a vivir y a morir de repente,
las de la más absoluta soledad,
esas, amigo mío, mejor
que no las tengas que pasar.