¡Ah, fuente mía, espejo de la tarde,
espejo, por la noche, de áureo cielo,
espejo de mi cara en que no arde
ya la encendida sangre del deseo!
¡Ah, fuente mía, gris para mi rostro
tan denso de inquietud y desconsuelo,
de valor de vivir, de fe que arrostro
entre los ocres cardos de mi suelo!
Fuente de ayer, azul; de ahora sin luces,
que siempre mi alma de mujer traduces
en tu líquida lámina tranquila.
Sigues siendo callada, casi inerte.
¡Ay, esconde los osos de la muerte
cuando avancen a herirme la pupila!