Juana de Ibarbourou

Carta a Gabriela

¿Por qué caminos del alba
andas descubriendo el cielo
ese, prometido a unos
los que sufrimos, creemos
y le pedimos a Dios
ir a bruñir sus luceros?
 
¿Por qué sendas, asombrada,
ya vas encontrando el cielo,
mientras aquí las banderas
y pueblos, están de duelo.?
¿Por qué te fuiste, tan pronto
precipitando el invierno
cuando aún, lleno de flores,
se desgranaba febrero?
 
Yucas y conquistadores
te irán formando cortejo;
Pizarro barbado y noble
—bronce, plata, encaje, acero—
con una ciudad de torres
entre sus brazos sin huesos.
Y una muchedumbre oscura
que va detrás de Atahualpa
te sigue cantando himnos
en lengua quechua y aymara
 
Ya estás, Gabriela, en la gloria,
mitad de princesa incaica,
mitad de reina española,
como Isabel, la magnánima.
 
Ya sé que no has de escribir
a nadie mas en la tierra,
que oficinas de correo
a la eternidad se veda
 
¡Pero es tan dulce que sepas
Gabriela, que toda América
por ti está tan conmovida
como tu patria chilena...!
 
El cielo junto al copihue
la orquídea venezolana
se une a la victoria-regia
del Brasil, y en la sabana
de Colombia, los gomeros
detienen su savia trágica.
 
¡Toda la flora de América
quiere mirarte la cara!
 
Asómate entre las nubes
una tarde arrebolada;
muéstranos tu frente ancha
de madre tan bien amada,
¡déjanos poquito a poco,
del todo no te nos vayas!
 
Aquí ha quedado tu verso,
tu palabra estructurada
con lo mejor del idioma
y lo mejor de tu alma.
Pero nos falta tu rostro
con la sonrisa cansada,
que a todos nos descansaba
cuando nos daba en los ojos.
 
Oye, Gabriela, las voces
desde tu «bosque perfecto»
damos la señal que diga
que llega a ti nuestro acento,
y repasa, tu que tanto
sobre la tierra anduviste,
¡reposa y se haga radiante
su risa aquella, tan triste!
 
Descubre el cielo y descansa,
pero, Gabriela ¡no olvides!
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