Las mariposas blancas me seguían
y bendecía el Padre mi ganado,
las eras con el pan, y los amados
seres que el Paraíso me extendían.
Los selváticos tigres que venían
a beber sangre, calmos y amansados
por mi aureola de paz, eran sagrados
huéspedes que en mi sueño subvivían.
Ahora ya soy el ángel del lamento
junto al hombre caído en el momento
cenital de la dicha y su aventura
con el cielo y el mundo. Amargamente
sin comprender me hundo en la corriente
de la ría letal, ancha y oscura.