Yo andaba suspirando, lloroso y vagabundo
en pos de una esperanza difícil de alcanzar,
soñando con un cielo, viviendo en otro mundo,
cual viven en los aires los pájaros del mar.
Pensé cuánto era bello querer y ser querido,
y al lado de una hermosa cantar y sonreír,
en gratas confidencias hablarnos al oído,
un beso y otro beso temblando repetir.
Soñé tener un seno que en horas de fatiga
templase de mis sienes el incesante ardor,
tener entre mis manos la mano de una amiga,
ser dueño del perfume que brota de una flor.
Ansié pulsar el arpa, y en emoción secreta
decir en suaves notas las penas que sufrí,
cantar como cantaba sus salmos el poeta
al pie de un sícomoro del árido Engadí.
Al fin hallé en tus ojos la luz que ambicionaba,
relámpagos de vida, centellas de placer,
la miel que en unos labios un ángel me guardaba
la encarnación de un sueño, la voz de una mujer.
Tú fuiste, en tal momento, mi pálida y modesta
estrella que asomaba detrás de un nubarrón;
de un lago de aguas limpias, en la ribera opuesta,
en medio de los bosques, campestre habitación.
Y debate la dicha de haberte hallado el día
en que la tierra patria torné contento a hollar,
cuando a la vez juzgaba que nadie me quería
y traje enferma el alma de allende de la mar.
Transcurren desde entonces mis horas tan serenas
que a mi versátil suerte le pido por favor
conserve el santo fuego que corre entre mis venas,
que aliente y eternice tu bendecido amor!