1
¿A que engañarnos más si ya perdiste
para mi sueño el misterioso encanto
de lo imprevisto, del hostil quebranto
fatal estrella nuestro amor asiste?
Si han pasado los días en que fuiste
un motivo fugaz para mi canto,
¡por qué en las sombras ocultar el llanto
y hacer la hora del adiós más triste?
Ignoto anhelo de inquietud me lleva
a buscar en la noche una luz nueva
para alumbrar la ruta alirecida.
Sereno olvido mi dolor te implora;
—¿qué es el amor? _soñar solo una hora
para llorar después toda una vida.
2
Al decirnos adiós, bajo el florido
amparo del fragante jazminero,
murió en las sombras el postrer lucero
tras un hondo crepúsculo de olvido.
Todo el encanto del ayer perdido
gimió en tu voz con ritmo lastimero,
y ante mis ojos se extendió el sendero
como un largo dolor desconocido.
Tu lánguido mirar se hizo más triste
cuando en las brumas del recuerdo viste
el sueño roto y la esperanza trunca;
Y ante la paz serena se las cosas,
llorando nuestras almas silenciosas
lo que no pudo ser, ni será nunca.
3
Yo, que anhelando la visión futura
huyendo del amor y sus engaños,
de adusto olvido coroné mis años,
y apacenté mis sueños en la altura.
Hoy, ante el hado que la muerte augura,
rota la paz por éxodos extraños,
breves congojas y fugaces daños,
lloro al dejar la juvenil locura.
Señor, que das la pena y la alegría,
tú, que me hiciste ilusionar un día,
de gloria ornando el porvenir risueño.
Concede al alma lo que el alma pide,
y dame un gran dolor para que olvide
la vanidad de este dolor pequeño.