En esta humilde carne que me has dado,
has de cavar, Señor, mi sepultura,
y ha de nacer la yerba, una mañana,
en la tierra desnuda que la cubra.
El viento ha de pasar, como ahora pasa,
por un campo cualquiera, su frescura,
y arrastrará este polvo de mi ruina
entre el polvo y las ruinas de otras tumbas.