José Luis Hidalgo

Iniciación

Clamores desde el fondo.  
Se crispan las palabras como serpientes vivas,  
como aullidos que salen del crujir de los párpados  
y se vuelven de acero llorando ante la luna.  
Y sobre todo esto:  
las tinieblas movibles como un cieno de aceite.  
No puedo remediarlo:  
lo tengo todo dentro y tengo que escupirlo,  
arrojarlo de mí con un asco profundo,  
como un hijo maldito,  
como un aire parado en mis articulaciones.  
 
Amigos, me duele la sangre.  
Mis entrañas se crispan,  
se derrumba mi frente.  
Y no,  
aún no es bastante.  
Me tengo que desgajar bajo el parir terrible,  
bajo este intento inútil de enseñaros mi fondo,  
de querer darle alas a lo que va a nacer muerto,  
va a nacer repelente,  
no querido de nadie.  
 
Pero algo surge, amigos, algo surge y me invade,  
algo que no se calla, que necesito expelerlo,  
que me abrasa por dentro,  
que quiere abrirse en voz
cantando en vuestras fibras.  
 
Mirad:  
las estrellas palpitan contra la misma tierra  
como un corazón sobre mano extranjera.  
 
Miradlo:  
los pájaros se aplanan iguales a su sombra  
ante el cielo blancúreo que les castra las alas.  
El aire es sobre la tierra mustia flor en un libro.  
 
Miradme:  
sólo soy un anhelo de salir de estas ondas,  
de salir de estas ondas y estos pozos sin fondo,  
pero el cielo me aplasta con su cercano techo  
como un caparazón,  
como una costra de sangre,  
como un silencio apagado debajo de una herida.  
 
No importa, amigos, no importa.  
Miradme bien, miradme, os invito a miradme.  
A fuerza de quemarme os mostraré mi fondo  
y veréis bien desnudo todo este charco amargo.  
Escuchad los clamores, amigos.  
Escuchadlos.
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