I
Sólo tú y yo sabemos la verdad de este mundo
que día a día robamos a la muerte,
que erigimos de nada tan solo con palabras
humo
ceniza de un beso olvidado en tu frente.
Sólo tú y yo sabemos
fábulas como flautas
silencios como hormigas más o menos sonoras
y eso que se edifica lentamente en tus ojos
detrás de la vitrina o cristal de una lágrima
ese beso o latido
esa sonrisa o llama
de tener a la vida en la flor de los labios.
II
Junto a ti son las horas golondrinas azules
que se desprenden de tu sonrisa como hojas de otoño.
Brota de ti el silencio como un surtidor
de pisadas que en la nieve se fueran desmayando,
como mano olvidada de un niño
que tuviera las uñas puras y sonrosadas.
Quiero para mi boca el beso más preciso,
el que huye de pronto como pájaro enemigo,
como noche perseguida por la invasión profunda de la aurora.
Cogidos de la mano se nos queda pequeño el planeta,
pequeño, muy pequeño
hasta quedar oculto bajo la suela de un zapato,
del tuyo, tan humilde que dentro no cobija
ni un pico de esa estrella que nos contempla siempre.
III
A las nueve las caricias se vuelven verticales
empujadas por el filo y la prisa que llega.
Alguien corta en el aire los minutos a tijera
como si fueran flecos de un mantón
o cuerdas de guitarra con las clavijas rotas.
Uno a uno van cayendo
cada vez más perfectos
en el puro pasado que se muere en el acto.
Uno a uno se hunden para siempre y del todo.