Me habían traído hasta allí con los ojos vendados. Llamas sinuosas corrían sobre el piso del santuario en ciertos momentos de la noche sepulcral, subían las columnas y embellecían la flor exquisita del acanto.
Las cariátides de rostro sereno, sostenían en la mano balanzas emblemáticas y lámparas extintas.
Me propongo dedicar un recuerdo a mi compañero de aquellos días de soledad. Era amable y prudente y juntaba los dones más estimados de la naturaleza. Aplazaba constantemente la respuesta de mis preguntas ansiosas. Yo le llevaba unos años.
Él murió a manos de una turba delirante, enemiga de su piedad. Me había dejado en la ignorancia de su origen y de sus servicios.
Yo estuve cerca de abandonarme a la desesperación. Recuperé el sosiego invocando su nombre, durante una semana, a la orilla del mar y en presencia del sol agónico.
Yo retenía un puñado de sus cenizas en la mano izquierda y lo llamaba tres veces consecutivas.
#EscritoresVenezolanos (1929) Las del formas fuego