José Antonio Ramos Sucre

Cuento desvariado

El infante de los reyes proscritos fue abandonado en un esquife, después de vencidos en la contienda desesperada.

   Bogaba en medio del cántico de las olas salvajes, hacia la isla de los naufragios, visitada por las aves. Aportó derechamente donde lo esperaba el adepto de una ciencia aborrecida, árbitro de los elementos, adornado con una guirnalda de roble. Había dejado su retiro, entre las ruinas de fortalezas inmemoriales, al sospechar el arribo del predestinado.

   Debía transmitirle las enseñanzas fiadas a la memoria de una secta formal, temerosa de escribirlas.

   El niño creció con sólo respirar un aire vital. Mandaba sobre la milicia de las aves, celosas de contentar su voluntad inocente y de contarles mensajes de un origen superior.

   Su vida apacible conserva el dejo de un solo pesar, desde la evasión inopinada del maestro. La isla alargaba en ese momento de la tarde su sombra triangular sobre el mar violáceo.

   La luna, anegada en la borrasca, inspira al solitario la imagen de una mujer distante, de alma simpática.

   La busca en un bajel insumergible, de estela argentina.

   Ella vive, abrazada a una esperanza, en el aposento más alto de una torre.

   El proscrito descubre su única hermana en la mujer vigilante.

   Conoce el principio de su separación y recupera, por sus avisos y con los medios aprendidos en la isla tormentosa, los bravos súbditos de sus progenitores.

#EscritoresVenezolanos (1925) La del timón torre

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