Jorge Guillén

El aire

Aire: nada, casi nada,
O con un ser muy secreto,
O sin materia tal vez,
Nada, casi nada: cielo.
 
Con sigilo se difunde,
Nadie puede ver su cuerpo.
He ahí su misma idea,
Aire claro, buen silencio.
 
Hasta el espíritu el aire,
Que es ya brisa, va ascendiendo
Mientras una claridad
Traspasa la brisa al vuelo.
 
Un frescor de transparencia
Se desliza como un témpano
De luz que fuese cristal
Adelgazándose en céfiro.
 
¡Qué celeste levedad,
Un aire apenas terreno,
Apenas una blancura
Donde lo más puro es cierto!
 
Aire noble que se otorga
Distancias, alejamientos.
Ocultando su belleza
No quiere parecer nuevo.
 
Aire que respiro a fondo,
De muchos soles muy denso,
Para mi avidez actual
Aire en que respiro tiempo.
 
Aquellos días de entonces
Vagan ahora disueltos
En este esplendor que impulsa
Lo más leve hacia lo eterno.
 
Muros ya cerca del campo
Guardan ocres con reflejos
De tardes enternecidas
En los altos del recuerdo.
 
¡Cómo yerra por la atmósfera
Su dulzura conduciendo
Los pasos y las palabras
Adonde van sin saberlo!
 
Algo cristalino en vías
Quizá de enamoramiento
Busca en una aura dorada
Sendas para el embeleso.
 
Respirando, respirando
Tanto a mis anchas entiendo
Que gozó del paraíso
Más embriagador: el nuestro.
 
Y la vida, sin cesar
Humildemente valiendo,
Callada va por el aire,
Es aire, simple portento.
 
Vida, vida, nada más
Este soplo que da aliento,
Aliento con una fe:
Sí, lo extraordinario es esto.
 
Esto: la luz en el aire,
Y con el aire un anhelo.
¡Anhelo de trasparencia,
Sumo bien! Respiro, creo.
 
Más allá del soliloquio,
Todo mi amor dirigiendo
Se abalanzan los balcones
Al aire del universo.
 
¡Balcones como vigías
Hasta de los más extremos
Puntos que la tarde ofrece
Posibles, amarillentos!
 
Mis ojos van abarcando
La ordenación de lo inmenso.
Me la entrega el panorama,
Profundo cristal de espejo.
 
Entre el chopo y la ribera,
Entre el río y el remero
Sirve, transición de gris,
Un aire que nunca es término.
 
¡Márgenes de la hermosura!
A través de su despejo,
El tropel de pormenores
No es tropel. ¡Qué bien sujeto!
 
Profundizando en el aire
No están solos, están dentro
Los jardinillos, las verjas,
Las esquinas, los aleros...
 
En el contorno del límite
Se complacen los objetos,
Y su propia desnudez
Los redondea: son ellos.
 
¡Islote primaveral,
Tan verdes los grises! Fresnos,
Aguzando sus ramillas,
Tienden un aire más tierno.
 
El soto. La fronda. Límpidos,
Son esos huecos aéreos
Quienes mejor me serenan,
Si a contemplarlos acierto.
 
Feliz el afán, se colma
La tensión de un día pleno.
Volúmenes de follajes
Alzan un solo sosiego.
 
Torres se doran amigas
De las mieses y los cerros,
Y entre la luz y las piedras
Hay retozos de aleteos.
 
En bandadas remontándose
Juegan los pájaros. Vedlos.
Todos van, retornan, giran,
Contribuyen al gran juego.
 
¡Juego tal vez de una fuerza
No muy solemne, tanteo
De formas que sí consiguen
La perfección del momento!
 
Esta perfección, tan viva
Que se extiende al centelleo
Más distante, me presenta
Como una red cuanto espero.
 
¡Aquel desgarrón de sol!
Arden nubes y no lejos.
Mientras, sin saber por qué,
Se ilumina mi deseo.
 
Arbolados horizontes
—Verdor imperecedero—
Dan sus cimas al dominio
Celeste, gloria en efecto.
 
Gloria de blancos y azules
Purísimos, violentos,
Algazaras de celajes
Que anuncian dioses y fuegos.
 
La realidad, por de pronto,
Sobrepasa anuncio y sueño
Bajo el aire, por el aire
Ceñido de firmamento.
 
El aire claro es quien sueña
Mejor. ¡Soñar de misterio!
Con su creación el aire
Me cerca. ¡Divino cerco!
 
A una creación continua
—Soy del aire—me someto.
¡Aire en transparencia! Sea
Su señorío supremo.
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