Elegy to Jesús Menéndez, by Carlos Enríquez
Nicolás Guillén

Elegía a Jesús Menéndez

... armado más de valor que de acero.
– Góngora

I

Las cañas iban y venían
desesperadas, agitando
las manos.
Te avisaban la muerte,
la espalda rota y el disparo.
El capitán de plomo y cuero,
de diente y plomo y cuero te enseñaban:
de pezuña y mandíbula,
de ojo de selva y trópico,
sentado en su pistola el capitán.
¡Con qué voz te llamaban,
te lo decían,
cañas
desesperadas,
agitando las manos!
Allí estaba,
la boca líquida entreabierta,
el salto próximo esculpido
bajo la piel eléctrica,
sentado en su pistola el capitán.
Allí estaba,
las narices venteando
tus venas inmediatas,
casi ya derramadas,
el ojo fijo en tu pulmón,
el odio recto hacia tu voz,
sentado en su pistola el capitán.

     Cañas
     desesperadas
     te avisaban,
     agitando las manos.

Tú andabas entre ellas. Sonreías
en tu estatura primordial y ardías.
Violento azúcar en tu voz de mando,
con su luz de relámpago nocturno
iba de yanqui en yanqui resonando.
De pronto, el golpe de la pólvora. El zarpazo
puesto en la punta de un rugido,
y el capitán de plomo y cuero,
el capitán de diente y plomo y cuero,
ya en tu incansable, en tu marítima,
ya en tu profunda sangre sumergido.

II

...hubo muchos valores que se destacaron.
New York Herald Tribune
(Sección Financiera)

Al fin sangre solar caída,
disuelta en agrio charco sobre azúcar.
Al fin arteria rota;
sangre anunciada, en venta
una mañana de la Bolsa
de Nueva York. Sangre anunciada, en venta
desde esa cinta vertiginosa
que envenena y se arrastra como una
víbora interminable de piel veloz marcada
con un tatuaje de números y crímenes.

Títulos que mejoran
o bajan medio punto.
Bonos sin vencimiento que ganaron
hasta el cinco por ciento de interés en un año.
La Cuban Atlantic Company
ayer martes,
operó, por ejemplo,
a veintinueve y medio con baja de dos puntos.
La Punta Alegre Sugar Company,
cerró con alza de un octavo de punto.
El Wall Street Journal anuncia
que la Minnesota and Ontario Paper Company
ganó cuatro millones
más que al año anterior. (El New York Times
bate palmas y chilla: ¡Vamos bien!)
Dow Jones comunica por un hilo exclusivo
que la Fedders Quigan Corporation
ha retirado su propuesta para
advertir las acciones comunes.
La Cuban Railroad Company
estuvo activa y firme.
La Mullings Manufacturing Company
recibió del Ejército
un colosal pedido
para fabricar proyectiles de artillería.
En fin, cotizaciones varias:
                                                     Cuban Company Communes:
                                                                       abre con 5 puntos,
                                                                           cierra con 5 3/8.
                                                               West Indies Company,
                                                                     abre con 69 puntos,
                                                                         cierra con 69 5/8.
                                                               United Fruit Company,
                                                                     abre con 31 puntos,
                                                                         cierra con 31 1/8.
                                                       Cuban American Company,
                                                                     abre con 21 puntos,
                                                                         cierra con 21 3/4.
                                                           Foster Welles Company,
                                                                     abre con 40 puntos,
                                                                         cierra con 41 5/8.

De repente
un gran trueno cuartea el techo frágil,
un rayo cae
desde aquel bajo cielo sulfúrico
hasta el salón congestionado:
                                                 Sangre Menéndez, hoy, al cierre,
                                             150 puntos 7/8 con tendencia al alza.

El coro allí de

     comerciantes
     usureros
     papagayos
     lynchadores
     amanuenses
     policías
     capataces
     proxenetas
     recaderos
     delatores
     accionistas
     mayorales
     trúmanes
     macártures
     eunucos
     bufones
     tahúres;

el coro allí de gente
     seca
     sorda
     ciega
     dura;

el coro allí junto a la abierta espalda
del alto atleta vegetal, vendiendo
borbotones de angustia, pregonando
coágulos cotizables, nervios, huesos de aquella
descuartizada rebeldía;
una mordida
no más en el pulmón ya perforado.
Y el capitán detrás de las medallas,
cóncavo en la librea,
el pensamiento en la propina,
la voz a ras con las espuelas:
—Please, please! Come on, ladies and gentlemen!
Oh please! Come on, come on, come on!

Finalmente, este cauteloso suspiro de angustia se escapó de un diario de la tarde:
Aunque las ganancias ayer fueron impresionantes, el volumen relativamente bajo de un millón seiscientas mil acciones da motivo para reflexionar. A pesar de la variedad de razones expresadas, parece muy probable que la mejoría haya sido de naturaleza técnica, y puede o no resultar de un viraje de la tendencia reciente, dependiendo de que los promedios logren penetrar sus máximos anteriores...

  El capitán partió rumbo al cuartel
  con una aguja de cuajada sangre
  pinchándole los ojos.

III

...si no hay entre nosotros
hombre a quien este bárbaro no afrente?
– Lope de Vega

Mirad al Capitán del Odio,
entre un buitre y una serpiente;
amargo gemido lo busca,
metálico viento lo envuelve.
En una ráfaga de pólvora
su rostro lívido se pierde;
parte a caballo y es de noche,
pero tras él corre la Muerte.

Allá donde anda su revólver
en diálogos con su machete
y le yelan cuatro fusiles
el pesado sueño que duerme,
libre prisión un alto muro
su duro asilo le concede.
¡Oh capitán, el bien guardado!
Pero tras él corre la Muerte.

Quien le cuajara en nueve lunas
el violento perfil terrestre,
si doce meses lo maldice,
también lo llora doce meses.
Un angustiado puente líquido
de rojas lágrimas le tiende:
lo pasa huyendo el capitán
pero tras él corre la Muerte.

Quien le engendró dientes de lobo
soñándole angélica veste,
el ojo fijo arder le mira
y en lenta baba revolverse.
Baja, buscándole en el bosque
cubil seguro en que esconderle:
huye hasta el bosque el capitán,
pero tras él corre la Muerte.

Un mozo de dorado bozo,
de verde tronco y hojas verdes,
derrama en el viento su voz,
llora por la sangre que tiene.
¡Ay, sangre (sollozando dice)
cómo me quemas y me dueles!
El capitán huye en un grito,
pero tras él corre la Muerte.

Quien de sus rosas amorosas
le regaló la de más fiebre,
teje una cruel corona oscura
y es con vergüenza como teje.
Le resplandece el corazón
en la gran noche de la frente;
huye sin verla el capitán,
pero tras él corre la Muerte.

En medio de las cañas foscas
galopa el hirsuto jinete;
va con un látigo de fósforo
y el odio cuando pasa enciende.
Jesús Menéndez se sonríe,
desde su pulmón amanece:
huye de un golpe el capitán,
pero tras él corre la Muerte.

IV

Un corazón en el pecho
de crímenes no manchado.
     – Plácido

Jesús es negro y fino y prócer, como un bastón
de ébano, y tiene los dientes blancos y corteses,
por lo que su boca se abre siempre amanecida;

Jesús brilla a veces con ojos tristes y dulces;
a veces óyese bramar en sus ojos un agua embravecida;

Jesús dice carro, río, ferrocarril, cigarro,
como un francés renuente a olvidar su lengua
de niño, nunca perdida;

pero es cubano y su padre habló con Maceo; su
padre, que llevaba en el hombro una estrella de
oro, una ardiente estrella encendida;

alguna vez anduve con Jesús transitando de
sueño en sueño su gran provincia llena de hombres
que le tendían la mocha encallecida;

su gran provincia llena de hombres que gritaban
¡Oh Jesús! como si hubieran estado esperando
largamente su venida;

viósele entonces hablarles sin tribuna y tan
cerca de ellos que les contaba los poros y les
olía la piel agria y repartida;

se le vio luego sentárseles a la mesa
de blanco arroz y oscura carne; a la mesa sin vino
ni mantel, y presidirles la comida;

Jesús nació en el centro de su isla y allí
se le descubre desde el mar, en los días claros,
cubierto de nubes fijas;

¡subid, subidlo y contemplaréis desde su frente
con qué fragor hierve a sus pies y se renueva
en ondas interminables la vida!

V

Vuelve a buscar a aquél que lo ha herido,
y al punto que miró, le conocía
– Ercilla

Los grandes muertos son inmortales: no mueren nunca. Parece que se marchan; parece que se los llevan, que se pudren, que se deshacen. Pensamos que la última tierra que les llena la boca va a enmudecerlos para siempre. Pero la lengua se les hincha, les crece; la lengua se les abre como una semilla bárbara y expulsa un árbol gigantesco, un árbol duro, cargado de plumas y de nidos. ¿Quién vio caer a Jesús? Nadie lo viera, ni aun su asesino. Quedó en pie, rodeado de cañas insurrectas, de cañas coléricas. Y ahora grita, resuena, no se detiene. Marcha por un camino sin término, hecho de tiempo sutil, polvoriento de instantes menudos, como una arena fina. No esperes a que Jesús te bendiga y te oiga cada año, luego de la romería y el sermón y la salve y el incienso, porque él no espera tanto tiempo para hablarte. Te habla siempre, como un dios cotidiano, a quien puedes tocar la piel húmeda temblorosa de latidos, de pequeñas mariposas de fuego aleteándole en las venas; te habla siempre como un amigo puro que no desaparece. El desaparecido es el otro. El vivo es el muerto, cuya persistencia mineral es apenas una caída anticipada, un adelanto lúgubre. El vivo es el muerto. Rojo de sangre ajena, habla sin voz y nadie le atiende ni le oye. El vivo es el muerto. Anda de noche en noche y amenaza en el aire con un puño de agua podrida. El vivo es el muerto. Con un puño de limo y cloaca, que hiede como el estómago de una hiena. El vivo es el muerto. ¡Ah, no sabéis cuántos recuerdos de metal le martillean a modo de pequeños martillos y le clavan largos clavos en las sienes!

                                 Caña Manzanillo ejército
                                 bala yanqui azúcar
                                 crimen Manzanillo huelga
                                 ingenio partido cárcel
                                 dólar Manzanillo viuda
                                 entierro hijos padres
                                 venganza Manzanillo zafra.

Un torbellino de voces que lo rodean y golpean, o que de repente se quedan fijas, pegadas al vidrio celeste. Voces de macheteros y campesinos y cortadores y ferroviarios. Ásperas voces también de soldados que aprietan un fusil en las manos y un sollozo en la garganta.

                                 Yo bien conozco a un soldado,
                                 compañero de Jesús,
                                 que al pie de Jesús lloraba
                                 y los ojos se secaba
                                 con un pañolón azul.
                                 Después este son cantaba:

                                 Pasó una paloma herida,
                                 volando cerca de mí;
                                 roja le brillaba un ala,
                                 que yo la vi,

                                 Ay, mi amigo,
                                 he andado siempre contigo:
                                 tú ya sabes quién tiró,
                                 Jesús, que no he sido yo.
                                 En tu pulmón enterrado
                                 alguien un plomo dejó,
                                 pero no fue este soldado,
                                 pero no fue este soldado,
                                 Jesús,
                                 ¡por Jesús que no fui yo!

                                 Pasó una paloma herida,
                                 volando cerca de mí;
                                 rojo le brillaba el pico,
                                 que yo la vi.

                                 Nunca quiera
                                 contar si en mi cartuchera
                                 todas las balas están:
                                 nunca quiera, capitán.
                                 Pues faltarán de seguro
                                 (de seguro faltarán)
                                 las balas que a un pecho puro,
                                 las balas que a un pecho puro,
                                 mi flor,
                                 por odio a clavarse van.

                                 Pasó una paloma herida,
                                 volando cerca de mí,
                                 rojo le brillaba el cuello,
                                 que yo la vi.

                                 ¡Ay, qué triste
                                 saber que el verdugo existe!
                                 Pero es más triste saber
                                 que mata para comer.
                                 Pues que tendrá la comida
                                 (todo puede suceder)
                                 un gusto a sangre caída,
                                 un gusto a sangre caída,
                                 caramba,
                                 y a lágrima de mujer.

                                 Pasó una paloma herida,
                                 volando cerca de mí;
                                 rojo le brillaba el pecho,
                                 que yo la vi.

                                 Un sinsonte
                                 perdido murió en el monte,
                                 y vi una vez naufragar
                                 un barco en medio del mar.
                                 Por el sinsonte perdido
                                 ay, otro vino a cantar
                                 y en vez de aquel barco hundido,
                                 y en vez de aquel barco hundido,
                                 mi bien,
                                 otro salió a navegar.

                                 Pasó una paloma herida,
                                 volando cerca de mí,
                                 iba volando, volando,
                                 volando, que yo la vi.

VI

Y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la libertad levanta su antorcha en Nueva York
 – Rubén Darío

Jesús trabaja y sueña. Anda por su isla, pero también se sale de ella, en un gran barco de fuego. Recorre las cañas míseras, se inclina sobre su dulce angustia, habla con el cortador desollado, lo anima y lo sostiene. De pronto, llegan telegramas, noticias, voces, signos sobre el mar de que lo han visto los obreros de Zulia cuajados en gordo aceite, contar las veces que el balancín petrolero, como un ave de amargo hierro, pica la roca hasta llegarle al corazón. De Chile se supo que Jesús visitó las sombrías oficinas del salitre, en Tarapacá y Tocopilla, allá donde el viento está hecho de ardiente cal, de polvo asesino. Dicen los bogas del Magdalena que cuando lo condujeron a lo largo del gran río, bajo el sol de grasa de coco, Jesús les recordó el plátano servil y el café esclavo en el valle del Cauca, y el negro dramático, acorralado al borde del Caribe, mar pirata. Desde el Puente Rojo exclama Dessalines: «¡Traición, traición, todavía!» Y lo presenta a Defilée, loca y trágica, que le veló la muerte haitiana llena de moscas. Hierven los morros y favelas en Río de Janeiro, porque allá anunciaron la llegada de Jesús, con otros trabajadores, en el tren de la Leopoldina. Puerto Rico le enseña sus cadenas, pero levanta el puño ennegrecido por la pólvora. Un indio de México habló sin mentarse. Dijo: «Anoche lo tuve en mi casa». A veces se demora en el Perú de plata fina y sangrienta. O bajando hacia la punta sur de nuestro mapa, júntase a los peones en los pagos enérgicos y les acompaña la queja viril en la guitarra decorosa. ¿A dónde vuela ahora, a dónde va volando, más allá del cinturón de volcanes con que América defiende su ombligo torturado por la United Fruit desde el Istmo roto hasta la linde azteca? Vuela ahora, sube por el aire oleaginoso y correoso, por el aire grasiento, por el aire espeso de los Estados Unidos, por ese negro humo. Un vasto estrépito le hace volver los ojos hacia las luces de Washington y Nueva York, donde bulle el festín de Baltasar.

                                 Ahí ve que de un zarpazo Norteamérica
                                 alza una copa de ardiente metal;
                                 la negra copa del violento hidrógeno
                                 con que brinda el Tío Sam.
                                 Lúbrico mono de pequeño cráneo
                                 chilla en su mesa: ¡Por la muerte va!
                                 Crepuscular responde un coro múltiple:
                                 ¡Va por la muerte, por la muerte va!

                                 Aire de buitre removiendo el águila
                                 mira de un mar al otro mar;
                                 encapuchados danzan hombres fúnebres,
                                 baten un fúnebre timbal
                                 y encendiendo las tres letras fatídicas
                                 con que se anuncia el Ku Klux Klan,
                                 lanzan del Sur un alarido unánime:
                                 ¡Va por la muerte, por la muerte va!

                                 Arde la calle donde nace el dólar
                                 bajo un incendio colosal.
                                 En la retorta hierve el agua química.
                                 Establece la asfixia el gas.
                                 Alegre está Jim Crow junto a un sarcófago.
                                 Lo viene Lynch a saludar.
                                 Entre los dos se desenreda un látigo:
                                 ¡Va por la muerte, por la muerte va!

                                 Fijo en la cruz de su caballo, Walker
                                 abrió una risa mineral.
                                 Cultiva en su jardín rosas de pólvora
                                 y las riega con alquitrán;
                                 sueña con huesos ya sin epidermis,
                                 sangre en un chorro torrencial;
                                 bajo la gorra, un pensamiento bárbaro:
                                 ¡Va por la muerte, por la muerte va!

Jesús oye el brindis, las temibles palabras, el largo trueno, pero no desanda sus pasos. Avanza seguido de una canción ancha y alta como un pedazo de océano. ¡Ay, pero a veces la canción se quiebra en un alarido, y sube de Martinsville un seco humo de piel cocida a fuego lento en los fogones del diablo! Allá abajo están las amargas tierras del Sur yanqui, donde los negros mueren quemados, emplumados, violados, arrastrados, desangrados, ahorcados, el cuerpo campaneando trágicamente en una torre de espanto. El jazz estalla en lágrimas, se muerde los gordos labios de música y espera el día del Juicio Inicial, cuando su ritmo en síncopa ciña y apriete como una cobra metálica el cuello opresor. ¡Danzad despreocupados, verdugos crueles, fríos asesinos! ¡Danzad bajo la luz amarilla de vuestros látigos, bajo la luz verde de vuestra hiel, bajo la luz roja de vuestras hogueras, bajo la luz azul del gas de la muerte, bajo la luz violácea de vuestra putrefacción! ¡Danzad sobre los cadáveres de vuestras víctimas, que no escaparéis a su regreso irascible! Todavía se oye, oímos todavía; suena, se levanta, arde todavía el largo rugido de Martinsville. Siete voces negras en Martinsville llaman siete veces a Jesús por su nombre y le piden en Martinsville, le piden en siete gritos de rabia, como siete lanzas, le piden en Martinsville, en siete golpes de azufre, como siete piedras volcánicas, le piden siete veces venganza. Jesús nada dice, pero hay en sus ojos un resplandor de grávida promesa, como el de las hoces en la siega, cuando son heridas por el sol. Levanta su puño poderoso como un seguro martillo y avanza seguido de duras gargantas, que entonan en un idioma nuevo una canción ancha y alta, como un pedazo de océano. Jesús no está en el cielo, sino en la tierra; no demanda oraciones, sino lucha; no quiere sacerdotes, sino compañeros; no erige iglesias, sino sindicatos: Nadie lo podrá matar.

VII

Apriessa cantan los gallos
e quieren crebar albores.
  – Poema del Cid

¡Qué dedos tiene, cuántas
uñas saliéndole del sueño! Brilla
duro fulgor sobre la hundida zona
del aire en que quisieron destruirle
la piel, la luz, los huesos, la garganta.
¡Cómo le vemos, cómo habrá de vérsele
pasar aullando en medio de las cañas,
o bien quedar suspenso remolino
o bien bajar, subir,
o bien de mano en mano
rodar como una constante moneda,
o bien arder al filo de la calle
en demorada llamarada,
o bien tirar al río de los hombres,
al mar, a los estanques de los hombres
canciones como piedras,
que van haciendo círculos de música
vengadora, de música
puesta, llevada en hombros como un himno!

Su voz aquí nos acompaña y ciñe.
Estrujamos su voz
como una flor de insomnio
y suelta un zumo amargo,
suelta un olor mojado,
un agua de palabras puntiagudas
que encuentran en el viento
el camino del grito,
que encuentran en el grito
el camino del canto,
que encuentran en el canto
el camino del fuego,
que encuentran en el fuego
el camino del alba,
que encuentran en el alba un gallo rojo,
de pólvora, un metálico
gallo desparramando el día con sus alas.

Venid, venid y en la alta
torre estaréis, campana y campanero;
estaremos, venid,
metal y hueso juntos que saludan
el fino, el esperado amanecer
de las raíces; el tremendo hallazgo
de una súbita estrella;
metal y huesos juntos que saludan
la paloma de vuelo popular
y verde ramo en el aire sin dueño;
el carro ya de espigas
lleno recién cortadas;
la presencia esencial
del acero y la rosa:
metal y huesos juntos que saludan
la procesión final, el ancho séquito
de la victoria.

                     Entonces llegará,
General de las Cañas. con su sable
hecho de un gran relámpago bruñido;
entonces llegará,
jinete en un caballo de agua y humo,
lenta sonrisa en el saludo lento,
entonces llegará para decir,
Jesús, para decir:
—Mirad, he aquí el azúcar ya sin lágrimas.
Para decir:
—He vuelto, no temáis.
Para decir:
—Fue largo el viaje y áspero el camino.
Creció un árbol con sangre de mi herida.
Canta desde él un pájaro a la vida.
La mañana se anuncia con un trino.

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