Pedimos el silencio,
pedimos el aire.
La vida: queríamos la vida
a manos, a ojos llenos,
pero a la vida
siguió la muerte.
Manos, sogas,
sombras arrodilladas en el polvo,
apesumbradas manos que escombraron
el cuerpo incierto de qué deidad sin nombre:
desgracia, desgracia,
el infinito polvo que cayó sobre nosotros.
Polvo, queríamos el polvo,
la cenicienta mano que emergiera
del centro ido
de la esperanza.
Mas por Eugenia pasó, por San Gregorio
y por Jojutla nos detuvieron,
que no quedaba ya voz bajo el escombro,
que nada hacer ya se podía
e incluso entonces, corazón, entonces
habló el amor su frágil “todavía”.
Era septiembre.