Gerardo Diego

El padremadre mar

A Bernardo Casanueva Mazo

Mar de mi costa, mar, mar, mar, mar, mar.
No me canso de nombrarte.
Tu nombre eres tú mismo.
 
Cantas y ruges, te hundes y te alzas,
me creas tú, me forjas, mar martillo,
mar yunque, fragua, agua de fuego.
Y me sumo irresistiblemente en ti y a tí,
a ti me arrojo, en ti me fío,
sostenido en tus senos, madre fiera,
madre amansada, y juego con tus pozos
y hundo mis brazos por tus venas
y te obtengo aunque me huyas y te rías
en carcajadas de irrisiòn y espuma.
 
No sabe, no conoce al mar,
a la mar, al padremadre mar
quien no naufraga y flota,
quien no se siente en él inacabado,
creándose y deshaciéndose
y de nuevo existiéndose en sus brazos.
Ay del contemplativo que le teme
y no depuso en él peso y orgullo.
 
Jamás sabrá de sí ni de la vida
ni del mar mismo, espejo impenetrable
que hay que romper en mil añicos
poseyéndole en ímpetu genésico
para sentirse en él el ahogado,
el poseído de su azul demonio,
todo glorioso de una muerte
que es una salvaciòn. Cielo y mar truecan
sus luces, ejes, polos,
y el embriagado de ahogo, el ya sin aire,
mira por vez primera,
con delirantes ojos
cata el verdor diáfano del ser.
 
Es la otra vida, el vuelo
creador del nadir o cielo inverso
del que cuelgan columnas de burbujas,
vuelo de libertad entre estrellas
que lentamente giran
emisoras de eléctricos calambres,
palmas que se abren, cavernas sin revés,
estelas de una espada perseguida del fòsforo,
ojos que laten, y medusas huecas:
la otra vida, la vida creadora,
el inmanente seno sin destino.
 
Cuando después del rapto, al cielo altísimo
devolvemos en plancha nuestra yacente cruz,
y mar y aire se reparten
como a buque de obra muerta y viva
nuestro rígido cuerpo,
es ya otro el mortal tras de esa muerte
y esa resurrecciòn devoradoras.
 
Mar, mar y mar, sí, padremadre mar.
Desde el origen nos amabas,
nos amabas total, cierre, esperanza.
Al salir de tu limbo siempre es por vez primera
y nos vemos modelados y cumplidos,
hijos del mar y en nuestro ser colmados.
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