Gabriela Mistral

La espera inútil

Yo me olvidé que se hizo
ceniza tu pie ligero,
y, como en los buenos tiempos,
salí a encontrarte al sendero.
 
   Pasé valle, llano y río
y el cantar se me hizo triste.
La tarde volcó su vaso
de luz ¡y tú no viniste!
 
   El sol fue desmenuzando
su ardida y muerta amapola;
flecos de niebla temblaron
sobre el campo. ¡Estaba sola!
 
   Al viento otoñal, de un árbol
crujió el blanqueado brazo.
Tuve miedo y te llamé:
“¡Amado, apresura el paso!
 
   Tengo miedo y tengo amor,
¡amado, el paso apresura!”
Iba espesando la noche
y creciendo mi locura.
 
   Me olvidé de que te hicieron
sordo para mi clamor;
me olvidé de tu silencio
y de tu cárdeno albor;
 
   de tu inerte mano torpe
ya para buscar mi mano;
¡de tus ojos dilatados
del inquirir soberano!
 
   La noche ensanchó su charco
de betún; el agorero
búho con la horrible seda
de su ala rasgó el sendero.
 
   No te volveré a llamar,
que ya no haces tu jornada;
mi desnuda planta sigue,
la tuya está sosegada.
 
   Vano es que acuda a la cita
por los caminos desiertos.
¡No ha de cuajar tu fantasma
entre mis brazos abiertos!
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