Tengo ha veinte años en la carne hundido
—y es caliente el puñal—
un verso enorme, un verso con cimeras
de pleamar.
De albergarlo sumisa, las entrañas
cansa: su majestad.
¿Con esta pobre boca que ha mentido
se ha de cantar?
Las Palabras caducas de los hombres
no han el calor
de sus lenguas de fuego, de su viva
tremolación.
Como un hijo, con cuajo de mi sangre
se sustenta él,
y un hijo no bebió más sangre en seno
de una mujer.
¡Terrible don! ¡Socarradura larga
que hace aullar!
El que vino a clavarlo en mis entrañas
¡tenga piedad!