No existe el tiempo sino el insistente
aletear de un pájaro perdido
en la niebla volando oscuramente
buscando su razón y su sentido.
No existe sino el golpe reincidente
pero decapitado de un sonido
que torna a recobrarse nuevamente
y a tomar posesión de su latido.
No existe el vuelo sino el implacable
aletear en el pecho prisionero
como en un cielo breve e insondable...
Sólo se sabe que el tenaz viajero
horada la muralla inexorable
para encontrar su brasa o su lucero.