No soy más que un reflejo perdido en una vitrina,
una figura borrosa que nadie mira dos veces.
Cada día paso ante el escaparate del mundo
y me pregunto: ¿qué sentido tiene estar aquí?
La vida es un desfile de cosas inútiles,
una tienda abierta sin clientes,
donde los sueños se exhiben con precio de liquidación.
Fumo ideas que no me llevan a ninguna parte,
como quien fuma para no tener que pensar.
El humo se disuelve en el aire,
como se disuelve mi esperanza de ser algo más
que un hombre viendo pasar su propio hastío.
No sé quién soy, ni me interesa saberlo,
porque al final, ser o no ser
es solo una cuestión de perspectiva.
La gente camina por la calle
sin saber que cargan con su propia sombra,
sin notar que, en el fondo, todos somos mercancía,
objetos olvidados en estanterías mentales.
Yo también estoy en venta,
aunque nadie me ha preguntado el precio.
¿Qué importa?
Si al final, lo que queda de nosotros
es el polvo acumulado en los estantes del tiempo.
Veo el mundo desde fuera, como un espectador eterno,
como un poeta cansado que ha dejado de escribir.
El cielo es solo un techo demasiado alto,
y la libertad, una puerta que nunca se abre.
No quiero nada, pero lo quiero todo.
Quisiera dormir hasta que el universo se apague,
o despertar en un lugar donde las palabras no pesen.
Al final, la única verdad que conozco
es que vivir es un error sin solución.