El campo verde se extiende como un susurro interminable, una manta tejida de vida y sosiego. Las colinas ondulan suaves, como el ritmo pausado del aliento de la tierra, mientras el viento acaricia las espigas, que tiemblan con el toque efímero de su paso.
Entre los árboles, los rayos del sol se filtran en destellos dorados, como secretos de luz que iluminan las sombras y revelan la vibrante paleta de verdes y ocres en cada hoja y en cada brizna.
En el silencio, solo interrumpido por el canto de los pájaros y el murmullo lejano del río, parece que el tiempo se disuelve, que cada segundo es eterno y, a la vez, efímero.
Aquí, en el corazón del campo, la vida respira en armonía; el suelo fértil guarda la promesa de nuevas raíces, y el cielo abierto cobija los sueños de quienes buscan paz en su vastedad.
Todo es un abrazo de naturaleza; el campo verde es hogar, es refugio.