He aprendido que el fondo no se alcanza,
que el alma, en su tormento, se desgarra,
y el tiempo, como daga que no agarra,
es veneno que en sangre se abalanza.
La heroína, en su piel, deja su lanza,
un filo que en la carne se desgarra;
es un beso mortal que nunca amarra,
promesa de un alivio que no avanza.
Y aunque el abismo crezca sin confines,
un eco queda, tímido, escondido,
un hilo de esperanza entre los fines.
Pues aun el pecho roto y abatido,
renace si en las sombras se adivines
un paso hacia la luz que da sentido.