Si tú murieras, y tu lecho frío
guardara tu vacío entre las mantas,
no iría con las flores que quebrantan
mi voz, ni con mi duelo, al desafío.
Le rogaría al cuervo y al jilguero
que me dejaran libre de tu sombra,
que no me condenaran a la alfombra
helada de un adiós tan lastimero.
Tus labios siempre iban, apresurados,
a hundirse en la dulzura de mis pechos,
y en ellos mordías, cruel, tus desengaños.
Si tú murieras, hombre de espejismos,
preguntaría, aún rota por tu ausencia,
por qué tu amor se hizo distancia y frío.