Un coro de las aves en su vuelo
rozó las hojas de un árbol otoñal,
y al suelo descendió un manto ocre tal
que pareció pintar de oro el suelo.
Tras el cristal, miré aquel vivo anhelo,
el viento susurraba un canto igual
al sueño libre, puro y ancestral,
que en ramas danza bajo el ancho cielo.
Quise escapar, volar con su armonía,
dejar la gris prisión de mi rutina
y ser del aire dueño y melodía.
Mas el reloj su voz al fin domina;
aún guardo en mí la luz de aquel instante,
pues todo fin oculta un nuevo arranque.