Contemplo al hombre desde el suelo,
al ave que en el árbol se acomoda;
sus alas, lentas, baten la congoja,
y en su descanso hallo un raro anhelo.
El trino es el diamante que deseo,
la chispa en que la creación respira.
Y tú, mi prójimo que mueres, mira:
¿qué piedra encorva al tiempo en su paseo?
Ah, yo, que busco en la palabra hueca
el peso de la lluvia o de un suspiro,
soy pena que en las piedras se despierta.
Lavo sus nombres, descifro su frío,
y canto, aunque el poema me traicione,
al Dios que en el silencio se ha escondido.