En esta ciudad, donde el humo
es la costumbre que se filtra en los días,
camino como quien busca un destino,
pero encuentra solo esquinas y memorias.
Todo aquí se repite,
los bares con su luz de invierno,
las voces que rebotan en los cristales
como fantasmas antiguos.
Y yo,
que creía haber salido indemne,
me descubro siempre volviendo
a la misma conversación,
al mismo deseo roto
que se quedó entre los dedos.
Porque no es el tiempo lo que hiere,
sino el eco de lo que ya no seremos.
Las noches se hunden
como un barco al que nadie llora,
y en la piel llevo tatuado
el mapa de unas vidas que no viví.
Es extraño,
todo parecía promesa,
los días abiertos como un mercado
donde elegir sueños a granel.
Y ahora,
es solo esta ceniza que sabe a distancia,
esta rutina que convierte
la pasión en cenáculo,
la risa en un gesto gastado.
¿Dónde quedó el joven que hablaba
de libertad,
de amor,
de incendios?
Tal vez se quedó atrapado
en las cartas que nunca enviamos,
en los labios que no mordimos.
Pero aquí estoy,
bailando en este teatro que llamamos vida,
con mi máscara bien puesta,
mi traje de hombre correcto,
y la sospecha,
la terrible sospecha
de que nunca fuimos más
que un sueño breve de la realidad.