No sé qué decirte,
quizá que hoy la luz es más gris que de costumbre
y que el café se ha quedado frío
sin que nadie lo advierta.
La ciudad bosteza en sus escaparates
y el buzón sigue acumulando cartas
que nadie abrirá porque no llevan su nombre.
Hay una rutina en olvidar,
un mecanismo preciso en la pérdida.
Es fácil: basta con cambiar las sábanas,
dejar de pronunciar ciertos nombres,
cruzar la calle sin mirar atrás.
Pero hay mañanas,
como esta,
en que todo pesa un poco más.
Y entonces, sin querer,
uno se sorprende poniendo dos platos en la mesa,
abriendo la ventana
como si aún fueras a volver.