Señor,
tú que velas sobre esta ciudad de neón y asfalto,
de semáforos que parpadean como estrellas rojas
y fábricas que respiran en la madrugada.
Te hablo desde esta avenida,
donde los autos pasan como plegarias sordas,
donde los obreros bostezan su salario
y las mujeres venden lotería en cada esquina
como si vendieran la esperanza.
Señor,
tú que estás en los rascacielos y en los barrios de zinc,
en los hoteles de lujo
y en los cuartos donde caben los sueños en cajas de cartón.
Haz que esta ciudad no se devore a sus hijos
como un dios hambriento de cemento.
Que los niños no duerman bajo los puentes,
que las fábricas no exhalen su humo en vano,
que la lluvia no lave la sangre de las aceras.
Señor,
en tus manos dejo esta ciudad de buses llenos,
de parques donde los ancianos juegan ajedrez
y los poetas escriben sus versos en servilletas de cafetería.
No nos dejes solos entre tanto anuncio luminoso,
entre tanto rostro que camina sin mirarnos.
Señor,
aquí estamos,
esperando un milagro
en medio del tráfico.