Oh nubes que avanzáis con lento duelo,
bautizando la noche en su letargo,
lleváis en vuestro paso oscuro y largo
el llanto incontenible del anhelo.
Gigantes sin raíz, lumbre del cielo,
con sombras desgarráis el aire amargo,
y en vuestro pecho, huracanado y largo,
retumba el eco fiero de su celo.
Mas cuando el trueno rompe vuestro canto
y os funde en lluvia el mundo entristecido,
la tierra bebe en vos su fe primera.
Así, vuestro dolor se torna encanto:
un ciclo que, en su fin, queda encendido
bajo el fulgor de luz que primavera.