No me la alces, nube clara,
que su falda aún huele a tierra,
y en su risa va mi canto
como espiga en primavera.
No me la subas, paloma,
que sus ojos son mi estrella,
y si vuela, ¿quién me abriga
cuando el mundo se me hiela?
Déjamela en su alborada,
descalza sobre la arena,
con su voz entre los juncos
y sus trenzas en la niebla.
No me la alces, nube mía,
que en el viento se me quiebra,
y yo quiero que su sombra
siga jugando en mi puerta.