Cuánto desde niña deseé ser buena,
con el corazón limpio, la mirada serena.
Que feliz era cuando mi madre decía,
“eres mi niña buena”, y el mundo sonreía.
Sus palabras eran un lazo invisible,
una melodía suave, un canto apacible.
En su voz, encontraba mi reflejo primero,
y en sus ojos, un faro, un refugio sincero.
Anhelaba sus brazos, su aprobación,
era mi pequeño reino, mi rincón de ilusión.
Quería ser digna de su risa y su abrazo,
ser esa niña buena que brilla en su regazo.
Los años pasaron, la infancia voló,
mas en mi pecho su eco quedó:
“Mi niña buena”, un susurro eterno,
que alumbra mis pasos, me guía en lo interno.
Y aunque hoy el espejo me muestre distinta,
esa voz de amor en mi alma persista,
como un faro en la noche, como un cálido abrazo,
que me dice al oído: “Sigues en mi regazo”.