Ansiaba ver el oro dormido en la corriente,
tallarlo con mis manos, hacer de él mi verdad.
Creí que entre las sombras mi voz sería ardiente,
mas todo fuego en jaula se apaga en soledad.
Bebí del aire libre, su aroma era un presagio,
promesa de caminos sin riendas ni dolor.
Mas vi que entre las leyes crecía un frío adagio,
y que el laurel del pacto ocultaba su ardor.
Las torres que soñaba, de mármol y de brisa,
se alzaron imponentes, pero sin corazón.
Supe que toda senda que un día nos deslumbra
oculta entre sus piedras la sombra de un guión.
Febril forjé mi estampa de bronce y de ceniza,
soñando con un mundo que nunca floreció.
Que nadie diga libre al que en su misma prisa
vendió su propio aliento y nunca lo encontró.