Duérmete, amor, que la noche te canta,
y en su arrullo suave el viento se acuna;
duérmete, niño, que al fin la fortuna
regresa escondida tras la garganta.
Sueña con campos de soles dorados,
donde el hambre nunca toque tu pecho,
y en la brisa encuentres tierno el lecho
de los abrazos nunca olvidados.
Que el dolor, niño, no roce tu frente,
ni el miedo habite tus días pequeños;
duérmete ahora, que en sueños, valiente,
el amor tejemos con hilos de sueños.