Mi reto es que la verdad devore su impostura,
que arranque de su trono su máscara podrida.
Que encienda su cadáver con llama que no cura,
y clave su epitafio en lápida vencida.
No temo a los bufones que ciegan con su engaño,
ni al mito que se erige con púrpura y terror.
Mi lengua es una daga que acecha en el escaño,
mi verbo es el verdugo que espera su fulgor.
Que sienta su vergüenza desnuda ante el abismo,
que el mármol de la historia no grabe su traición.
Que huya su estirpe falsa, que llore su bautismo,
y beba su veneno, su propio maldición.
Si el mito aún respira, si gime su latido,
le azoto con el látigo de un sol abrasador.
Que su última plegaria se pudra en su gemido,
y el alba le sepulte sin huella ni rumor.