Tu voz, enterrada en el polvo del tiempo,
susurra versos que nadie escuchó.
Las sombras del canon, ciegas y sordas,
callaron tu nombre, mas no tu ardor.
Fuiste relámpago en noches cerradas,
eco de llamas que ardieron en flor.
Las olas del río que un día te vieron
guardan tus rimas con fiel devoción.
Versos errantes, huérfanos tuyos,
piden justicia, claman razón.
Que vuelva tu nombre, que brille tu verbo,
que el viento lo alce en su rebelión.
Y aunque el olvido se vista de mármol,
siempre hay quien busque su grieta y su sol.
Margarita Ferreras, mujer de ceniza,
hoy es tu hora, regresa tu voz.