Se alzan mis manos, verdes de ausencia,
trepando al aire que abraza el silencio.
Enredaderas de un grito callado,
raíces de sombras, al filo del viento.
La piel se deshace, busca consuelo,
teje en sus ramas la sed del destierro.
El cielo recibe su trémula danza,
eco de un alma que muere en su intento.
Y mientras suben, mi boca se cierra,
guardando en su carne el sabor amargo.
Un río de miedos recorre mis labios,
y deja en su paso cenizas de un canto.