Declaro en esta hora de ramas quebradizas,
que el arte es un estallido, un grito, un desvarío,
que el pincel no se inclina, que el trazo desafía,
y el mundo se redibuja cuando lo tocan las manos.
Declaro que el color no pide perdón ni permiso,
que se alza como un árbol que no teme al relámpago,
que en su sangre no hay reglas ni fórmulas cansadas,
solo un impulso feroz, puro como la vida.
Es el rojo que arde, que abraza, que no cede,
es el amarillo, sol rebelde sobre la tela,
es el azul, abismo y vuelo, océano y cielo,
todo vibra, todo ruge, todo rompe el silencio.
Declaro que el fauvismo no se explica, se siente,
que quien mira no vuelve jamás a ser el mismo,
que en los trazos furiosos, en las formas desbocadas,
el alma encuentra su verdad más indomable.
Pinto, y en el acto me convierto en universo,
pinto, y en la tela se libera lo eterno.