Maldigo la sombra tibia
de la fe que se doblega,
maldigo la boca muda
que calla lo que condena.
Maldigo al viento dormido
que no se alza en la guerra,
maldigo al sol resignado
que brilla sin dar respuesta.
Maldigo al alma cobarde
que teme la noche negra,
pero más maldigo al hombre
que finge que no la observa.
Maldigo el pan sin justicia,
maldigo el agua en cadenas,
maldigo al que cierra puertas
cuando otro grita y se quema.
Maldigo la voz vendida,
maldigo la mano quieta,
maldigo al que, viendo sangre,
se viste de indiferencia.
Pero bendigo a la furia
cuando se vuelve tormenta,
bendigo al grito que nace
del hambre y la resistencia.
Y si maldecir me cuesta,
que me cueste lo que quiera,
porque maldigo al silencio
cuando la verdad se entierra.