En la roca dormita la iguana sigilosa,
un guardián de secretos que el tiempo no desvela.
Su piel es un desierto, su calma misteriosa,
un eco de la tierra que el sol callado vela.
Se mueve entre las sombras, un dios en miniatura,
su andar es como un canto que roza las espinas.
Del fuego lleva el sello, del polvo su armadura,
y en sus ojos se esconde la historia que germina.
La rama la sostiene como un trono olvidado,
y el viento la corona con pétalos de arena.
Sus garras, como estatuas, desfilan en lo vago,
y el día la consagra su reina en la cadena.
Oh, iguana, ¿qué mundos recorres en tus sueños?
¿Qué llama primitiva despierta en tu latido?
Eres savia y ceniza, los bordes de los leños,
la sombra de lo eterno en un instante ido.
En el silencio habitas, cual roca incorruptible,
tu piel es un poema que el tiempo ha desgastado.
Eres vida que observa, sereno, lo imposible,
testigo de un paisaje que el hombre ha olvidado.