¡Oh, vil metal reluciente,
que al necio haces señor,
y al hombre de buen ardor
lo arrojas siempre al oriente!
Por ti el avaro presume,
y en su sótano escondido
guarda un tesoro podrido
que ni al diablo lo resume.
Tienes brillo tan patente
que enceguece al buen pastor;
mas si miras al mayor,
su virtud queda indigente.
¡Oh, vil metal reluciente,
que al necio haces señor,
y al hombre de buen ardor
lo arrojas siempre al oriente!
El letrado, por tu hechizo,
vende leyes y razones,
y los reyes en sus tronos
te veneran con aviso.
Más quien te tiene presente,
pierde juicio y buen humor,
y del alma el resplandor
queda oscuro y penitente.
¡Oh, vil metal reluciente,
que al necio haces señor,
y al hombre de buen ardor
lo arrojas siempre al oriente!