Ojos claros, triguenos,
que en su dulce fulgor la calma encienden,
¿por qué, si me detienen,
al tiempo en el tormento me condenan?
Si es vuestra luz la aurora
que despierta la vida en mis sentidos,
¿por qué, si al fin os miro,
huyen mis fuerzas como el río en llanto?
Decidme, ojos divinos,
si vuestro brillo es dádiva o castigo,
que amando vuestro fuego,
pierdo en el mismo amor mi propio aliento.
Mas si el morir os basta,
con tal que en vuestra luz mi ser se queme,
no pido más, oh cielos,
que habitar en la sombra de su llama.