Se apaga lentamente la mirada,
ocaso de un fulgor ya sin destino,
y el eco de su voz, turbio y cansino,
se pierde en la penumbra desolada.
El tiempo, con su herida lacerada,
deshace lo que un día fue divino,
dejando en cada huella del camino
memorias de una historia desvelada.
Es duelo sin final, sin horizonte,
un grito silenciado en la distancia,
un alma que se ahoga en su derrota.
Mas lleva en su dolor un fiel estandarte:
amar, aunque el amor sea un desplante,
vivir, aunque la vida nos azota.