Quiero decir que cuando el artista, el escultor en este caso, termina una obra, lo que tiene ante sus ojos no es más que un montón de barro, por más que el barro sea original y haya sido hecho a imagen y semejanza de Él, no deja de ser un montón de barro y lo seguirá siendo si no recibe ese soplo de vida que lo hace vivir. Ese soplo de vida que otros llaman el elemento añadido, o el viento de la locura.