Aquí, donde la noche despliega su estructura,
un manto de cenizas se posa sobre el alma.
No hay tiempo, no hay palabras: tan solo la textura
de un mundo detenido que grita desde el calma.
La luz es un espectro que se quiebra en los muros,
su filo atravesando la sombra de los años.
Un rayo intermitente, fugaz entre lo oscuro,
que busca alguna forma entre escombros extraños.
El aire sabe a vidrio, a hierro, a despedida,
y cada paso arrastra memorias desgastadas.
¿Es este el fin del verbo, la grieta de la vida,
o acaso el eco inmóvil de noches olvidadas?
No hay nada tras la puerta, tan solo un eco frío,
un páramo de formas que no llegan a ser.
Y en su silencio absorto, aún vibra aquel vacío:
el tiempo que se quiebra, la luz quiso nacer.