La herida del tiempo
Recuerdo el aroma de la infancia perdida,
el canto distante de un río fugaz.
En su corriente dormían los años,
con su fulgor de oro, con su sombra de paz.
El mundo era entonces un libro en blanco,
cada página un milagro por suceder.
El viento hablaba con palabras secretas,
y la noche era un manto de estrellas por tejer.
Pero el tiempo, con su paso silente,
teje ausencias donde hubo hogar.
Cada instante que se escapa nos despoja,
deja un hueco que nadie puede llenar.
La memoria, trémula como un eco,
intenta revivir lo que ya se deshizo.
En su rememoración está el consuelo,
aunque en su trazo duela lo indeciso.
Y entre dos misterios caminamos,
la llegada que ignoramos, la partida que tememos.
La poesía, esa costura frágil,
celebra lo que somos, mientras nos perdemos.
Es ella quien salva lo efímero y eterno,
quien da nombre a aquello que no durará.
Lo que hoy existe y mañana será sombra,
en el verso persiste, en su luz quedará.
