El viento trae consigo un nombre que no es mío,
un eco que en la piedra dejó su resonancia.
El campo lo recibe como un viejo testigo,
y en su llanura canta la sombra de su infancia.
Los álamos recuerdan su luz en la distancia,
un murmullo que duerme donde el río se esconde.
Las hojas, como estrellas, repiten su constancia,
y el viento, en su misterio, responde y no responde.
En su paso infinito, todo se vuelve ajeno:
la casa, los caminos, el árbol que nos nombra.
Solo queda el vacío que habita en lo pequeño
y como el ocaso que siempre vuelve sombra,
el viento nos regala su voz en el invierno,
y deja en nuestras almas la ausencia de lo eterno.