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ElidethAbreu

Espíritu Santo

 
Soplo divino y eterno,
Aliento de vida y gracia,
Tú iluminas con tu audacia
Nuestras almas en el interno.
Fuego de amor sempiterno,
Guía en la oscuridad profunda,
Tu luz en nuestras vidas inunda
Y disipa la duda y el miedo.
Ven, Espíritu Santo, dueño
De nuestra alma, eterna .
 
Espíritu Santo, tu aliento
Sostiene mi débil existir,
Tú consuelas mi sufrimiento
Y me enseñas a sonreír.
Como brisa suave y tierna,
Envuelves mi alma en tu paz,
Tus dones en mí deslumbras,
Guiándome siempre hacia más.
En mi dolor, tú me acaricias,
Enjugas mis lágrimas con fe,
Y con tu amor me acaricias,
Dándome fuerzas para creer.
Eres mi fuerza, mi amparo,
Mi guía en la adversidad,
Contigo, nada me es caro,
Pues hallas mi felicidad.
 
Espíritu de fortaleza,
Tú infundes en mi corazón
La divina certidumbre
De alcanzar la salvación.
Tu luz disipa la oscuridad,
Avivando en mí la fe,
Y con tu divinidad
Me elevas hacia el porqué
De esta vida terrenal,
Abriendo la puerta a la gloria
Que me dará tu amor sin par,
Y me llevará a la victoria.

El Espíritu Santo es la fuente inagotable de esperanza para los creyentes. Con su presencia, ese aliento divino que mora en nuestros corazones, nos infunde una confianza inquebrantable en la promesa de la salvación.

Cuando nos sentimos débiles o abrumados por las dificultades de la vida, el Espíritu Santo viene a fortalecernos. Ilumina nuestro entendimiento, avivando nuestra fe y disipando las tinieblas de la duda. Nos recuerda que Dios está siempre a nuestro lado, guiándonos y sosteniéndonos.

Gracias a la acción del Espíritu Santo, podemos levantar la mirada más allá de lo terrenal y vislumbrar la gloria celestial que nos aguarda. Él nos eleva por encima de las preocupaciones mundanas, despertando en nosotros la certeza de que nuestra vida tiene un propósito divino y que, con su ayuda, alcanzaremos la salvación.

Este don del Espíritu Santo es la fuente inagotable de esperanza que nos impulsa a perseverar, a no desfallecer ante los desafíos, a saber que, al final, el amor de Dios nos llevará a la victoria final. Es esa esperanza la que nos sostiene y nos da la fuerza para seguir adelante, confiados en la promesa de la vida eterna.

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