La grieta
Entre las baldosas se filtra
un rumor de tierra partida.
La grieta avanza, lenta,
como un mapa que no sabe
adónde va.
En la plaza, los bancos oxidados
conservan las sombras de cuerpos
que ya no están.
Todo es ruido de motores,
un perro que ladra al vacío,
el eco de un comercio cerrando.
Las luces de neón parpadean
como nervios expuestos.
En la tienda, el pan rancio
se acomoda en estantes
que esperan una mano,
un trueque improbable.
Es diciembre y no hay luces,
solo el frío que entra sin pedir permiso,
se instala en los huesos,
en las ventanas abiertas
de edificios muertos.
La ciudad respira,
pero es un respiro áspero,
como el de un enfermo que mira
por última vez
su propio cuerpo desmoronarse.
Y aún así,
la grieta,
esa fractura imprecisa,
se llena de hierba,
de algo que insiste en nacer
aunque nadie lo espere.
