La caña por ser caña
también tiene su dolor:
la maten al trapiche,
le parten el corazón.
En el sol de la cosecha,
el sudor es su canción,
mientras la vida pasa,
y el viento lleva su voz.
Las manos que la cultivan
saben del peso y el sol,
cada corte es un latido,
cada gota, una ilusión.
Los sueños se hacen jarabe,
en la olla del amor,
pero el fuego del destino
puede quemar el fervor.
Y así, entre risas y llantos,
la caña vuelve a brotar,
pues en su esencia lleva
la fuerza del replantar.
Aunque el trapiche muerda,
y el dolor sea canción,
la vida sigue girando,
como el ritmo del corazón.