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ElidethAbreu

La Abuela

 
 
Sentada en la puerta, al calor del día,
la abuela desgrana su lento existir,
sus manos curtidas son pura poesía,
huellas de una vida que sabe sentir.
 
Con su pelo blanco como la escarcha,
y su voz pausada, como un buen refrán,
va hilando recuerdos, despacio, sin marcha,
tejiendo las horas con hilo y afán.
 
Conoce las lunas de invierno y verano,
las penas antiguas, la risa fugaz,
y en su mirada guarda, callado,
el eco profundo de un tiempo tenaz.
 
Habla del campo, del trigo en la era,
del hombre sencillo, del pan y el sudor,
de tardes eternas y noches en vela,
del peso sencillo de un gran amor.
 
Sus cuentos son luces que nadie apaga,
antiguas historias de fe y de honor,
y en cada palabra su alma se embriaga
del dulce recuerdo, del viejo sabor.
 
La abuela no sabe de libros ni letras,
pero en su silencio hay toda una flor:
sabiduría que el viento no quiebra,
como el roble firme, como el duro ardor.
 
Y así pasa el tiempo, y ella se queda,
como un faro quieto al borde del mar,
donde cada nieto encuentra su rueda
y aprende, en su sombra, la vida a amar.

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