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ElidethAbreu

Huellas. Relato

Tomás caminaba descalzo por la tierra húmeda del río, siguiendo las huellas que dejaban sus propios pies, como si buscara encontrarse en ese rastro efímero. El agua, que corría serena entre las piedras, parecía murmurarle secretos antiguos que él nunca llegaba a comprender del todo.

Siempre había sentido esa extraña fascinación por las marcas que quedaban atrás: los surcos del arado, las pisadas en la arena, las ramas rotas en el monte. Era como si cada señal dijera algo que se perdería para siempre al ser borrada por el tiempo o el viento. Y a él le dolía pensar que las cosas pudieran desaparecer sin dejar rastro.

Esa tarde, mientras el sol descendía y la luz dorada cubría el paisaje, Tomás vio algo que lo detuvo: dos huellas pequeñas, humanas, junto a la orilla. Se inclinó sobre ellas, como si pudieran contarle una historia perdida. Eran delicadas, tal vez de un niño, pero lo extraño era que no había más pasos alrededor, sólo esas dos, quietas, suspendidas en el barro.

Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. ¿Quién habría pasado por allí? ¿Y por qué sólo esas dos huellas? Miró hacia el horizonte vacío, buscando alguna señal, pero no había nada más que el río y el murmullo constante del agua.

Por un instante, pensó en seguir el cauce, como si pudiera encontrar al dueño de aquellas huellas. Pero luego comprendió que no hacía falta. Esas huellas no eran un camino a seguir, sino un recordatorio: algunas cosas en la vida pasan y dejan apenas un vestigio. No podemos atraparlas, no podemos entenderlas por completo. Sólo podemos mirar, recordar y seguir caminando.

Tomás respiró hondo y, sin más preguntas, continuó su andar. Las huellas detrás de él se iban borrando con cada paso, como un secreto que se desvanece, pero eso ya no le importaba. Había aprendido que no todo debe ser explicado, que algunas marcas existen sólo para que sepamos que alguna vez estuvieron allí.

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